Comentario
Ahora, una vez observado el desarrollo de los acontecimientos, Londres se preocupaba de forma especial por la situación futura de la flota francesa. Incluso el embajador de los neutrales Estados Unidos había amenazado al gobierno de Burdeos con cortar sus relaciones con él en caso de que ésta fuese entregada a los alemanes. Pero la situación era entonces muy vidriosa, ya que dependía en gran medida de la actitud de sus más altos jefes, sobre todo el almirante Darlan, que iba siendo ganado por los partidarios del acuerdo con Alemania.
En Burdeos, mientras tanto crecía el nerviosismo ante el silencio alemán. Pierre Laval, cabeza del grupo antiparlamentario, precisaba del apoyo material alemán para proceder a desmontar el sistema representativo. La desconfianza de Pétain hacia Laval, a quien se ha visto obligado a nombrar ministro de Estado, se une ahora en el seno del grupo gobernante a las intrigas de los sectores más reaccionarios que pretenden aprovechar la situación para abolir las instituciones democráticas. Como apunta el historiador Jean Zay, la República había temido con frecuencia la dictadura de los generales victoriosos, pero nunca soñó en la dictadura de los militares derrotados.
El día 22 de junio de 1940 tiene lugar en el bosque de Compiégne la firma del armisticio franco-alemán. El acto, presidido por el propio Führer, tiene lugar en el mismo vagón del ferrocarril donde veintidós años antes se había celebrado la firma de la capitulación del derrotado Imperio alemán. En esta hora de revancha, los representantes franceses aceptarán unas condiciones que, más que un acuerdo entre dos partes, muestran su naturaleza de "diktat". En medio de una gran tensión, los franceses signan la ocupación de la mitad norte de su país y de la costa atlántica hasta la frontera española. Junto a ello, aceptan la reducción del ejército a un total máximo de cien mil hombres y la desmovilización de gran parte de la flota de guerra. En la zona no ocupada se instalará el Gobierno de Pétain, convertido en un verdadero títere del Reich.
Las condiciones eran duras, pero no que daba otra salida que su aceptación. La zona ocupada era la más rica, poblada e industrializada del país, mientras que la parte sur era de predominio agrícola y dotada de estructuras arcaizantes en general. La soberanía del régimen instalado en ella se extendería en general a todo el territorio nacional, así como la administración y la organización policial. Pero de hecho pronto se vería que los alemanes se reservaban en su zona la totalidad de los resortes efectivos del poder.
En el plano económico, además de planearse una profunda intervención alemana, se detallaba una gran cantidad a pagar al Reich en concepto de indemnización. Junto a ello, el Estado francés debía aceptar la carga de los costos ocasionados por la ocupación, que representaba varios millones de francos al día. Sin embargo, la cláusula más difícil de aceptar para los vencidos fue la referente a la entrega a los alemanes de todos los exiliados políticos que en los años anteriores habían buscado refugio en el país debido a la persecución de que eran objeto por parte de los nazis.
La hábil política de Hitler le permitiría mantener el control absoluto de la derrotada Francia, pero al mismo tiempo con el fin de no enajenarse la voluntad de un país todavía potente, rico y poblado, permitiría que el nuevo régimen conservase los atributos propios de un Estado teóricamente independiente. Así, Vichy, además de un territorio y una población concretos, dispondría de poderes judiciales y policiales propios, así como los legislativos y administrativos. A ello se uniría el limitado ejército y la posibilidad de mantener relaciones diplomáticas con países extranjeros. Finalmente, y esto era realmente importante, conservaba en su poder la totalidad del Imperio y la flota de guerra.
Como garantía del cumplimiento de las condiciones del armisticio más de un millón y medio de soldados franceses permanecían prisioneros en los campos alemanes hasta la finalización de la guerra. Dos días más tarde, los representantes galos repetían la firma del armisticio con Italia que pocos días antes había declarado la guerra al ya prácticamente vencido país vecino. De Gaulle, desde Londres, condena sin paliativos la firma del armisticio, mientras que Pétain repite una y otra vez que a pesar de la dureza de las condiciones impuestas el honor francés ha quedado a salvo.
El día 29 de junio, el Gobierno francés salió de Burdeos camino de Clermont-Ferrand. Allí, la camarilla de Laval decide trasladar su sede a la cercana ciudad balnearia de Vichy, donde el ministro obtiene el permiso del todavía Presidente de la República para dar los pasos necesarios para la reforma de la Constitución vigente. A su alrededor se agrupan los políticos más reaccionarios a los que el ascenso al poder del Frente Popular en 1936 había llenado de terror y ansias de revanchismo. Ven ahora la ocasión idónea para poner en práctica su ideario antidemocrático, que oscila entre posiciones puramente conservadoras y actitudes claramente fascistas. Es el momento apropiado para que las tesis de Charles Maurras, patriarca de la reacción francesa, puedan ser utilizadas como base ideológica del régimen que va a nacer.
Para conservar una imagen de legalidad en la transición que se prepara solamente es preciso que las Cámaras decidan su propia autodisolución. Nadie duda de que esto será tarea fácil dentro del ambiente que se respira en el Vichy de aquellos primeros días. Pero antes tendrá lugar un dramático hecho que servirá para agrupar todavía más a los franceses alrededor de sus nuevas autoridades. Estas obtendrán así un cierto grado de legitimidad tácita que los mecanismos legales no tardarán en plasmar en la práctica.
El día 3 de julio, el Gobierno británico ordena la destrucción de la mayor parte de la flota francesa fondeada en la base africana de Mers-el-Kabir, al mismo tiempo que la inutilización de los buques galos fondeados en los puertos del Caribe. Esta decisión que el mismo Churchill señalaría como la más odiosa, ingrata y dolorosa que había tenido que adoptar, se veía justificada por la necesidad inglesa de asegurarse la inactividad de este potencial de eventual utilización por parte alemana. El pueblo francés en su totalidad se sintió profundamente ultrajado y dolido por este hecho, que había costado la vida a más de mil quinientos marinos. De Gaulle, puesto en una situación extremadamente difícil, se vería obligado a apoyar la decisión de su protector británico aun al precio de la pérdida de muchos posibles seguidores. Pero todo riesgo estaba calculado, e Inglaterra seguía manteniendo su preeminente situación en el mar frente al poderío alemán.
En el plano político, las nuevas autoridades no parecían contar con grandes dificultades para imponer su voluntad sobre una población que las apoyaba de forma casi unánime, al menos en los primeros momentos. La presencia paternal y aun autoritaria del mariscal tranquilizaba los temores de los franceses ante la nueva situación planteada. Esto daría a los partidarios de la imposición de un régimen dictatorial las mejores bazas para la definitiva destrucción del odiado sistema republicano. La democracia, fuertemente debilitada, sería ahora acusada de forma oportunista como causante principal de la derrota bélica. Los elementos antiparlamentarios se veían además apoyados materialmente por la gran industria y las finanzas, la alta burguesía, parte de las clases medias y los pequeños propietarios urbanos y rurales.
León Blum, dirigente del socialismo francés, ha descrito mejor que ningún otro el ambiente de miedo, corrupción, oportunismo y debilidad moral que se adueñaban de Vichy. Unos elementos que sin duda iban a influir de forma decisiva sobre la decisión de los parlamentarios que iban a decidir la muerte del sistema representado en ellos mismos. En efecto, no sólo los hombres de la derecha antidemocrática sino también elementos radicales y socialistas se vieron entregados en manos de quienes organizaban la desaparición del régimen. La posición de los parlamentarios se debilitaba progresivamente, mientras que Laval, él mismo diputado a pesar de su oposición visceral al sistema, quiere que sea mediante las técnicas propias de éste, como se decida su propia muerte.
Con este fin, las cámaras son convocadas en sesión conjunta para decidir el tránsito hacia otras formas de organización política. De este modo, nadie podría discutir en el futuro la legalidad del mismo. Tanto ante la opinión pública interior como con respecto a la exterior, no resulta aconsejable ofrecer una imagen que pueda asemejarse al golpe de mano directamente aplicado aprovechando las circunstancias reinantes. Así, el día 10 de julio de 1940, el Senado y la Cámara de los Diputados celebran sesión conjunta. Previamente sus respectivos presidentes habían recomendado a sus miembros presentes el voto afirmativo a las propuestas que el Gobierno les va a presentar. La reunión tiene lugar en el Gran Casino de Vichy, rodeado por grupos de fascistas que se manifiestan con violencia contra los representantes de la voluntad nacional que ahora está a punto de ser anulada.
Para asegurarse ante cualquier eventualidad, la votación se realiza entre los parlamentarios presentes y no sobre el total de los titulares, ya que muchos de ellos no habían podido llegar hasta la nueva capital debido a las circunstancias. En el interior de la sala se suceden los enfrentamientos, las presiones visibles y ocultas y los alborotos orquestados. Todo ello acaba volcando la voluntad de los votantes hacia la propuesta oficial. De un total de 649, votarán afirmativamente 569; negativamente menos de 80 y se abstienen una ínfima minoría. La mayor parte de los radicales y socialistas, principales sustentadores de la República, han votado por su desaparición.
En esos momentos, casi nadie duda de la legalidad del acto, que da paso a un régimen que es reconocido por todos los países a excepción de Gran Bretaña. Por el momento, los partidarios del autoritarismo han ganado la partida, y los grandes intereses del país apoyan a los hombres de Pétain siguiendo su política de buen trato con el gobernante de turno si éste es ideológicamente afín. La última escena tendría lugar al día siguiente -11 de julio de 1944- cuando el mariscal obtenga personalmente el poder del débil Presidente Lebrun. En las mismas horas, es publicada la nueva ley constitucional provisional a la espera de la definitiva reforma del texto de 1875, algo que nunca sería llevado a efecto.
Las palabras iniciales del texto son ya un indicador de las tendencias autoritarias y regresivas que el régimen va a mostrar a lo largo de sus cuatro años de existencia: "Nos, Philippe Pétain, mariscal de Francia, asumimos las funciones del jefe del Estado francés". Al mismo tiempo se decreta la abolición de las cámaras parlamentarias y la asunción por parte del mariscal de la totalidad de los poderes legislativos y ejecutivos. Una democracia imperfecta pero siempre digna de emulación había desaparecido, pero en aquellos momentos muy pocos demostraron sentirlo. No pasaría mucho tiempo sin embargo para que entre la población comenzase a configurarse una actitud de rechazo a las formas impuestas que había de plasmarse en los diferentes movimientos de la resistencia.